Entre el césped y árboles de eucalipto, la huella de una avalancha de rocas de todos los tamaños, la mayoría rojizas y negras, estremece y despierta curiosidad.
Al levantar la mirada aparece un coloso que, cual un monstruo, mira amenazante, silencioso. Su penacho es blanco, la frente es negruzca y en la cabeza tiene un gran cráter. Es el volcán Cotopaxi, que majestuoso e imponente parecería decir: no se descuiden, esa es la huella de mi furia.
El sector donde están los vestigios es San Rafael, 10 km al suroeste del gigante de hielo. Por ahí pasó la corriente de lava y hay una piedra de unos 20 metros de alto y un diámetro de 30 metros, que los habitantes del sector la conocen con el nombre de Chilintosa, que por versiones de los abuelos se sabe que “vomitó el volcán”.
Entre noviembre del 2001 y enero de este año, los equipos del Instituto Geofísico detectaron una reactivación y ahora todos vuelven la mirada a los rezagos de la avalancha, al cráter y sus peligros.
La Defensa Civil realiza en estos días un censo en la zona de riesgo de la provincia de Pichincha, para determinar el número de personas que se evacuarían en caso de una erupción; en Cotopaxi, el organismo prepara jornadas de capacitación.
Patricia Mothes, vulcanóloga del Instituto Geofísico, señaló el aumento de sismos de largo período (movimiento de fluidos) y de fracturamiento (rotura de rocas). Desde 1980, el promedio de eventos era de 11 por día; entre noviembre y enero pasados, hubo hasta 250 por día; actualmente hay 20 diarios.
“Esta actividad es un aviso y por eso la tomamos muy en serio. Sabemos que el Cotopaxi representa potencialmente un gran peligro; hay que capacitar a la gente para que sepa qué hacer”, dijo Mothes. Una erupción sería un desastre nacional y hay que prevenir, agregó la científica.
Detalles de la ruta
Distancia total: 3.8 km desde el refugio hasta la cima
Tiempo: 2 días
Dificultad: Difícil
Elevación máxima: 5.897 mts
Tiempo: 2 días
Dificultad: Difícil
Elevación máxima: 5.897 mts
Mapa
Vamos a escalar!
En lugar de contratar el tour con una agencia, decidimos ir por nuestra cuenta. Obviamente, conseguimos un guía que nos acompañara, ya que a pesar de ser un poco ratas y no querer gastar mucho, no estábamos tan locos como para ir los dos solos como si fueramos a dar un paseo por el parque. La subida hasta llegar a los 5.897 metros es una batalla contra la altura, la oscuridad de la noche y la brisa helada.
Pese a lo que las agencias turísticas digan en su afán por vender tours a la montaña, la ascensión no es tan fácil como parece. No digo que sea técnicamente difícil, pero son seis horas de subida sorteando grietas en el hielo mientras la noche no permite ver ni siquiera el camino que tienes por delante. Se siente el frío, el cansancio y la falta de oxigeno y cada paso es más difícil que el anterior.
Las primeras 3 horas de subida fueron tranquilas ya que la energía y la motivación eran grandes. A partir de la cuarta hora el viento helado y la falta de oxigeno empezaban a pasar factura. Las paradas para descansar no eran de minutos sino de segundos, pero ayudaban a recobrar las fuerzas. La subida final, la ultima hora, fue dura. Cuanto más se asomaba el sol, más sentíamos el peso de la montaña. Un paso más, un paso más, ya estamos casi ahí.
Pese al agotamiento, la conquista de la cumbre la festajamos con alegría, emoción y vistas de lujo. Los pocos que conseguimos llegar (más de la mitad de los grupos se dieron media vuelta por el cansancio o mal de altura) nos felicitamos entre abrazos y algunas lágrimas.
Después de unas fotos con el bigote escarchado, comenzamos la bajada. No podíamos perder el tiempo, pues el sol de la mañana empezaba a abrir grietas en el hielo y se ponía peligroso. La bajada tenía que ser rápida.
Finalmente, llegamos al refugio, tomamos un té y estábamos listos para volver a Quito. Puedo decir que pocas veces en mi vida me he sentido tan cansado como aquel día, pero ahí estábamos, contentos y orgullosos!